Por: Francisco Alfaro Pareja
@franciscojoseap
En medio de tanta
incertidumbre, inestabilidad política, división en el gobierno y la oposición,
crisis económica, frustración en la sociedad, fragmentación en la
administración de la violencia por parte del Estado y visiones contrapuestas
sobre el presente y el futuro del país, cualquier escenario es posible en
Venezuela en el corto plazo. A esto se suma la escasez de un liderazgo fuerte
con capacidad de reconciliar a los venezolanos.
Si bien estos quince
años generaron un empoderamiento de los sectores más empobrecidos de la
población, la polarización política
empleada estratégicamente con fines electorales provocó una ruptura en el
tejido social y cultural nunca antes vista en nuestro país, al menos desde el
siglo XIX. Las consecuencias de este proceso no se han sopesado
suficientemente, pero sin lugar a dudas ponen en riesgo nuestro futuro
inmediato.
Nelson Mandela tuvo
altura de miras para enrumbar a Suráfrica por el camino de la paz. Sin embargo,
no logró esto mediante la revancha y la venganza, sino a través del
reconocimiento simbólico, la reconciliación de los grupos étnicos, el respeto
cultural, la inclusión social, la aplicación progresiva de justica y dando un
ejemplo personal de perdón.
En Venezuela tenemos
una dirigencia política empeñada en dividir, identificar enemigos internos,
exacerbar las diferencias y buscar culpables.
Cuando Chávez llegó al poder desmontó los símbolos y la memoria del país
que heredaba y desarrolló una nueva identidad política y cultural basada en la
inclusión social pero apoyada en la exclusión de los sectores políticos que lo
adversaban. Es crucial que el presidente Maduro o el que lo suceda corrija esta
práctica y promueva la reconciliación nacional antes de que sea demasiado
tarde. Eso requiere de un liderazgo fuerte, decidido, democrático, amplio y
plural, capaz de entender su momento histórico.
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