jueves, 20 de agosto de 2015

La confluencia de los conflictos


Por: Francisco Alfaro Pareja
@franciscojoseap

 El pasado mes de enero la Conferencia Episcopal Venezolana declaró que el origen de la crisis actual en Venezuela era por el intento del gobierno nacional por imponer el modelo socialista. De esto no hay ninguna duda.

El propio Hugo Chávez, en un discurso desde el balcón del pueblo, en la noche en que se dieron los resultados del referéndum revocatorio en 2004, remarcaba que la Constitución y la democracia era el espacio común de los venezolanos. Sin embargo, dos años después, en la campaña presidencial para la reelección en 2006, se iniciaron una serie de acciones para imponer el socialismo del siglo XXI por encima de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, a pesar incluso de su rechazo en el referéndum consultivo del año 2007.

Si bien la sociedad ha resistido pacíficamente estos ocho años el embate de una serie de leyes, instituciones, gobiernos a la sombra, desbalances en las instituciones y decisiones extra judiciales, se han producido conatos de violencia como expresión de dos modelos que no son viables, uno que fue aprobado por el pueblo mediante referéndum y otro que ha venido siendo impuesto de manera inconstitucional.

Todavía me sorprende gratamente que el pueblo venezolano confíe en las elecciones, tal como lo han reconfirmado diferentes encuestadoras del país en concordancia con nuestra tradición cultural de los últimos cincuenta años. Las elecciones como mecanismo para resolver las diferencias pacíficamente  es una válvula de escape que ha permitido que nuestro sistema político, si bien no esté sano al menos no se fracture.  De ahí la importancia que el Consejo Nacional Electoral garantice condiciones de campañas equitativas y un proceso electoral transparente en los comicios parlamentarios. No obstante, preocupa altamente que nuevos problemas se solapen a este conflicto político.

Esto no es nuevo en Venezuela. Si bien nuestro conflicto independentista tuvo su origen en causas políticas, una serie de conflictos económicos y sociales exacerbaron, en al menos su primera mitad, la violencia. En la actualidad la sociedad ha ido perdiendo aceleradamente referentes como el valor del trabajo, la honestidad, la meritocracia y el respeto a la legalidad. Asimismo, la pérdida del monopolio de la violencia por parte del estado a manos de grupos irregulares (ahora en un intento de recuperación con la cuestionable OLP) y el deterioro de la efectividad de los procesos de repartición del producto debido a la escasez, la inflación, la caída de los precios del petróleo y la improductividad del país podrían generar un caldo cultivo para una mezcla de conflictos explosiva.

Octavio Paz decía que la ceguera física impide ver, pero la ceguera ideológica impide pensar. Lo grave del actual escenario es que se ha sumado una parálisis moral que ha impedido que se tomen acciones en contra de la corrupción, la ineficiencia y el desmontaje de las instituciones y su desprofesionalización. Algo que ha sido reconocido por todos los espectros ideológicos del país, desde Marea Socialista hasta la Mesa de la Unidad Democrática. Sólo algunos parecen no haberse dado por enterados de esta grave situación.

La aspiración por parte de los que abogamos por el encuentro entre los venezolanos y la búsqueda de soluciones es que el gobierno nacional rectifique prontamente aquellos discursos y decisiones  que están llevando al país a una confluencia de conflictos muy peligrosa. 


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