Por:
Francisco Alfaro Pareja
@franciscojoseap
Mucho se ha discutido sobre la justificación o no de
los enormes gastos que implica la organización de una copa mundial de fútbol y
sus beneficios para la sociedad. En el caso de Brasil, las protestas en contra
del Mundial vienen desarrollándose desde hace meses con el alegato de que los
recursos allí invertidos pudiesen utilizarse para atacar problemas sociales
como la pobreza, el hambre, la carencia en los servicios públicos o la falta de
viviendas dignas.
Sin descalificar las críticas específicas, estoy
convencido que este es un falso dilema.
La organización de eventos deportivos de alta
competición genera desarrollo urbanístico por concepto de inversión en
infraestructura y considerables ingresos producto del turismo. Es, sin lugar a
dudas, una ventana que proyecta la imagen del país ante el mundo. Lo mismo se
decía en Venezuela cuando se organizaban eventos de gran proyección cultural
como el Festival Internacional de Teatro de Caracas. Además, dichos encuentros
representan en sí mismos espacios y momentos de paz entre los seres humanos, en
donde se promueven valores como el respeto, la solidaridad, la diversidad, la
interculturalidad, la competitividad sana y la celebración de la vida.
La pobreza no desaparece de un país porque se deje de
organizar un Mundial o una Olimpiada. América Latina es un continente de
enormes recursos económicos, con ventajas comparativas importantes y con una
tasa demográfica relativamente baja. La pobreza, el hambre y la miseria se
erradicarán en nuestros países cuando se cumplan las leyes, se sancione efectivamente
la corrupción, se promuevan políticas públicas destinadas al fortalecimiento de
la eficiencia del estado y el sector agroindustrial privado, se incentive la
competitividad y el valor al trabajo, aumente la calidad de la educación y se
invierta decididamente en la cultura. Ese es el verdadero conflicto.
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